Tiritando. Así llevamos desde mucho antes del coronavirus.
Cada vez que llega la factura de la luz nos quedamos helados.
En plena ola de frío, con carámbanos incluidos y el mercurio marcando mínimas de hasta 30 grados bajo cero en algunas zonas de España, el precio de la electricidad alcanzaba su récord hace unos días con 94,99 euros por megavatio hora.
¿A qué se debe? Según parece, el intenso frío y la poca producción de energía renovable tienen la culpa de que en muchos hogares nos hayamos quedado a dos velas.
¿Y a quién reclamamos si se repiten los cortes de luz como en algún barrio de Montcada i Reixac o sencillamente están sin suministro desde hace meses como sucede en la Cañada Real de Madrid?
No queda otra que acabar en los Juzgados y esperar a que salten chispas a ver si cae la calderilla del bolsillo sin fondo en el que se han convertido las eléctricas.
Con la factura en la mano y la estufa en los pies, observo que en el recibo, el 35 % del precio corresponde a energía, un 40 % a peajes y un 25 por ciento a impuestos.
Pero si nos damos un paseo por otros países de Europa, el precio oscila entre los 54 euros megavatio hora que se pagan en los Países Bajos a los 81 euros que abonan los ciudadanos en Irlanda.
Desde el gobierno español, la ministra Calviño dice que son subidas puntuales, aunque tenemos la sensación de que son subidas eternas.
Una vez que se ha abierto la caja de los truenos sobre el precio de la luz, urge una solución a la velocidad de protones y neutrones.
En el caso de España, la factura incluye, además del importe de potencia contratada y energía consumida, el llamado impuesto de electricidad del 5,11 por ciento, el importe del alquiler del equipo y el IVA del 21 por ciento.
¿Acaso no estamos ante un bien de primera necesidad como el pan o la leche, a los que se aplica un IVA del 4 %?
Según Facua, el precio del kilovatio se ha disparado un 35,8 % interanual a enero.
La curva no se aplana ni aplicándole la vacuna de las promesas lanzadas en los mítines de campaña, que parecen haber quedado tapadas por la nieve y se olvida que Unidas Podemos la llevaba tatuada en el programa electoral, ahora que está en el Gobierno, algo tendrá que decir.
Un anuncio de Endesa, en la página de Economía se pregunta ¿Cual es la energía del futuro? What’s your power?
Nuestro poder, no lo dice el anuncio, es que nos queda el derecho al pataleo, siempre y cuando no lancemos exabruptos o animemos a tomar el Capitolio a través de las redes sociales, de lo contrario nos cortarán las alas del pajarito azúl.
Quizás el derecho a quejarnos pese a que nadie nos escuche es uno de los pocos que siguen intactos, aunque a veces quede silenciado por el miedo. Pero cuidado, hay silencios que hablan.
Miramos la factura, como conejos deslumbrados en medio del camino pero con el temor de morir aplastados como el erizo después de sacar las púas para defenderse.
Pero las reivindicaciones por el precio de la luz no vienen de ahora. Por circunstancias de la vida, hay una zaragozana que se ha convertido en abanderada de esta causa desde que nació porque, su DNI indica que es Luz Cuesta Mogollón, en honor de la verdad.
Sigo mirando el periódico y en la misma página que hablaban de la subida de la electricidad, la información bursátil destaca que los valores que más suben en el IBEX 35 son los de las farmacéuticas Pharma Mar y Almirall, un detalle, a todas luces interesantes.
¿Y qué hacen todos aquellos ex presidentes y ex ministros que entraron por las puertas giratorias y se sientan en los sillones de los Consejos de Administración de las eléctricas? Todos y de todos los colores, cambiaron sus discursos a favor del bien común por los del bien propio.
Tal vez a algún indigente que duerme entre cartones se le aparecen en sueños, saliendo de una de esas reuniones a puerta cerrada, como después de una cena de empresa, camino de los coches oficiales y alguien dice: «El último que pague la luz».
Y en eso estamos.