Con una sonrisa. Así nos saluda desde su casa en la ciudad rumana de Cluj, el zapatero Grigore Lup, de 55 años, que ha creado los llamados zapatos ‘antivirus’ ideales para mantener la distancia social.
Conversamos con él gracias a la traducción de Mihaela Popescu que nos ha permitido superar la distancia lingüística que nos separa de este zapatero que lleva más de 30 años en el oficio. Un curso de 6 meses le permitió buscarse la vida desde muy pequeño y prosperar viniendo de una familia humilde en la que eran ocho hermanos.
Con la llegada de la covid-19 y ver cómo dejaban de llevar encargos, este ingenioso artesano rumano se vio obligado a despedir temporalmente a los 10 empleados de su taller.
Hasta ese momento, los zapatos de piel elaborados artesanalmente por Lup y su equipo los habían calzado bailarines, cantantes de ópera, trabajadores rurales o personas de avanzada edad que buscaban comodidad en sus pies.
Separados por zapatos
Con el paro obligado de su actividad y cansado de escuchar que había que mantener la distancia social, pensó en fabricar unos zapatos que miden 50 centímetros de largo y que equivalen a un 75 de pie.
Hizo unas fotografías y las publicó en su facebook con el título «Zapatos para la distancia social», esa imagen dió la vuelta al mundo y empezaron a pedirle entrevistas para medios de comunicación locales e internacionales.
Nos confirma que ha recibido encargos desde Inglaterra, España, Suecia.. entre otros muchos lugares.
Entre sus nuevos clientes, una pareja se casará con zapatos de distancia social fabricados por él, los propietarios de una zapatería en otro país europeo también le han encargado unos ejemplares para exponerlos en el escaparate y un payaso espera recibirlos que lucirlos en su próximo espectáculo.
Un brindis con Pálinka
Durante la conversación que mantenemos con Grigore Lup se crea esa magia propia de momentos especiales y practicamente olvidamos que estamos ante una cámara.
Ha descolgado para nosotros algunos de sus cuadros más queridos y nos muestra una fotografía de cuando era pequeño y comenzaba a trabajar en el taller de zapatero, en otro momento nos comparte orgulloso la imagen de un concierto del grupo Incógnito en el que toca su hijo, al que también vemos cuando era más pequeño en otro retrato familiar.
Así nos despedimos de Lup. En una mano aguanta los zapatos de los que todo el mundo habla y en otra nos muestra una botella y nos dice que cuando vayamos a visitarle, brindaremos con Pálinka. Por los buenos momentos de la vida, como éste, que aunque ha sido virtual, nos deja el sabor de lo real y un agradecimiento que va mucho más allá del habitual Multumesc (Muchas gracias)