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¿Alguien sabe la respuesta? Una tarde, me asomé a la ventana siguiendo mi rutina de los últimos dos meses y esperé que la aguja del minutero señalara las ocho de la tarde y me dispuse a aplaudir. El eco del patio de vecinos me devolvió el sonido de mi aplauso. Miré a las ventanas y balcones y no había nadie. Persianas bajadas, los restos de alguna barbacoa en la terraza de los del sobreático. Ni rastro de aquella mano que salía por la ventana del entresuelo con un micro altavoz por la que tantas veces se escuchó el “Resistiré”. 

Siempre pensé que para el último día, podíamos buscar una música especial para el momento tipo “Gracias a la vida” cantada por Joan Báez y Mercedes Sosa o para los más pesimistas aquella del “Ya no puedo más” interpretada por Camilo Sesto.

En casa, buscamos a los otros vecinos, a los del más allá, a esos que nunca antes habíamos saludado en la calle y con los que practicábamos el trueque de miradas y sonrisas en las últimas semanas.

Ni rastro de aquel “¡Vamos!” emocionado que gritaba el del tercero, ni de aquel “¡Mañana a las 8!” que lanzaba el del cuarto segunda de la escalera B, que siempre quería ser el último en dejar su testimonio, y que nos provocaba la sonrisa en el patio de vecinos.

Algo me dice que dejamos de aplaudir a los sanitarios, a los repartidores, a los policías, a los maestros, a los bomberos, a los niños … cuando se empezaron a escuchar las cazuelas del barrio de Salamanca, cuando se empezaron a hacer los PCR a los futbolistas de Primera División, cuando las banderas taparon la cara de los manifestantes, cuando nos dijeron que se podía ir a la playa pero sin tocar el agua ni quedarse en la arena, cuando pasamos de la fase 0 a la fase 0,5, cuando alguien se felicitaba porque sólo habían muerto 50 personas, cuando nos animaron a reservar billetes de avión y a hacer las maletas mientras sonaba por la radio el anuncio del tinto de verano Don Simón…

A veces pienso que dejamos de aplaudir cuando vimos que a esa hora podían salir a caminar nuestros mayores, los que sobreviven, que a las 8 de la tarde todavía hay decenas de personas haciendo cola a las puertas del local del Banco de Alimentos, también pudo ser que dejáramos de aplaudir cuando nos dimos cuenta que en la cuenta del banco no ha habido ningún ingreso desde aquel mensaje de whatsapp del jefe que nos notificaba el despido y que nos avisaría cuando el virus se fuese, pero nunca llamó porque el virus aunque no lo veamos sigue aquí.

Bueno, ahora que lo pienso, como cuando te despiertas después de una pesadilla, quizás todo fue un mal sueño y nunca nadie tuvo necesidad de salir a aplaudir a las ventanas y balcones. Que lo de que seríamos mejores después de la epidemia fue sólo una utopía, que no tenía sentido. 

Pero, ¿y el dibujo que cuelga de la pared del comedor? Aparecen los que mis hijas creen que son “los imprescindibles” y dice GRACIAS. 

Ya se que me repito más que el yogurt de chorizo pero ¿cuándo dejamos de aplaudir? O mejor dicho, ¿de verdad aplaudimos alguna vez?

Por Jesús Abad

Periodista multimedia desde 1996

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