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Mi abuela decía que “no llevara el dinero al banco porque allí nos roban” y proponía guardar los ahorros bajo el colchón, «mucho más seguro, dónde va a parar».

Nunca me pareció un argumento convincente, menos cuando venía de una persona sin apenas estudios que además aseguraba que el hombre no había ido a la luna, que eso se lo habían inventado los americanos.

Con el tiempo, admito que empiezo a pensar diferente. Parece verosímil que el hombre llegó a la luna, pero sí constato que en los bancos nos roban y no sólo mientras sacamos dinero a pie de calle, algo tan de moda en nuestros días.

El robo de las Preferentes fue uno de los más sonados, el rescate con dinero de todos para aflojar el nudo de la corbata de unos pocos que se ahogaban por las deudas, vino después. 

Paradojas de la vida, aquella Caixa que nos animaba a ahorrar y que regalaba calendarios, discos, libros y hasta vajillas a sus clientes, ha ido perdiendo las formas y los fondos, también los de inversión.

¿Aquellos regalos eran en realidad caramelos envenenados o cebos para atrapar nuestros ahorros a fin de mes? 

Hemos caminado de ventanilla en ventanilla y de reclamo en reclamo deslumbrados por espejismos para lograr un coche o una casa. Conscientes o no, aquella propiedad tan soñada es, ha sido y será de la entidad. De ahí, aquello tan trillado de “hemos comprado un piso, bueno, por ahora es del banco”, que sostiene quien está hipotecado hasta las cejas.

Lo más preocupante es que la cuenta de beneficios de las grandes entidades financieras crece, como denunciaba el economista Arcadi Oliveras, por la compra y venta de armas y negocios altamente sospechosos, que se esconden tras marcas que derrochan simpatía.

El logotipo que ideó Miró en el que simbólicamente un niño ponía una moneda en una hucha, hace tiempo que perdió el color.

La Caixa, que tantas veces nos ofreció el partido del Barça en TV3, ha decidido romper el cerdito que engordó durante años y sus trozos han saltado en pedazos a golpe de ERE, impactando sobre más de 8.000 trabajadores y anunciando el cierre más de 1.500 oficinas.

Podía haber sido peor, nos tranquilizan desde el Gobierno, justificando así la fusión con Bankia, aquella con la que Rodrigo Rato dio la campanada.

Y la ministra de Economía, Nadia Calviño tiene razón, podía ser peor y si no que se lo digan a los más de 3.700 empleados del BBVA que también se quedarán en la calle.

Queda por ver si al final se cumple lo que anunciaba la segunda generación de los Matías Prats frente a un banco del parque: “tu otro banco y cada día el de más gente”. Quién sabe si alguno acaba durmiendo allí, tras quitarse el traje de buscar trabajo.

En el caso de CaixaBank, hemos pasado del “¿Hablamos?”, al “¿Tomamos un café?” para acabar con un “Vete a tomar por …puntos suspensivos”.

Son otros tiempos y la espada de las comisiones pende sobre nuestras cabezas.

Mis últimas visitas a la sucursal siempre acaban con esta conversación:

¿Sabes que esto lo puedes hacer desde casa, verdad?

Y siempre le respondo lo mismo: 

¿Sabes que el siguiente paso es que también acabes en casa porque no te necesiten?

Entonces, el empleado cada vez más joven se encoje de hombros detrás del mostrador y nos despedimos con una sonrisa de complicidad. 

La presentadora de televisión, Carme Chaparro, que en 2014 era cara visible de la campaña “Financiamos las buenas noticias” del BBVA, se quejaba esta semana en redes de que le acababan de cobrar 2 euros por un certificado generado de manera automática a pesar de ser «titular de una cuenta».

Y encendía la mecha de un hilo de mensajes de indignación por las comisiones cargadas en la cuenta de decenas de clientes de toda índole, desde una pensionista que cobra 267 euros y le quitan 40 euros cada tres meses hasta cargos por no tener ingresos.

Parece que con la mentalidad del banquero, también para ser pobre, hay que tener dinero.

Ya lo decía mi padre cuando desconfiaba de la publicidad que llegaba al buzón y siempre me lanzaba la misma pregunta: ¿Has visto alguien que dé duros a cuatro pesetas? La respuesta siempre era el silencio.

Y volviendo a la cuestión que nos hacen ahora en las Oficinas Store de CaixaBank, entre un amplio muestrario de su catálogo de productos digitales y de seguridad. ¿Tomamos un café?

Antes de responder, medita tu respuesta.

Lo tomamos, pero ¿quién acabará pagando el café, la taza, el plato, la cucharilla y el decorado?  

Hagan juego, señores, rien ne va plus

Cuidado, que la banca siempre gana.

Por Jesús Abad

Periodista multimedia desde 1996

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