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He salido de casa con la documentación, el móvil, las llaves, una botellita de agua, mascarilla y gel de manos en la mochila. Desde hace semanas, meses, éste es el kit que me acompaña cada vez que atravieso la puerta de la calle. Los zapatos siguen durmiendo fuera del domicilio, en el rellano de la escalera.

Si algo he aprendido es que no podemos bajar la guardia, ni siquiera cuando Don Simón insiste en que los casi 60 rebrotes que hay en España están controlados. Por si acaso y viniendo de donde venimos, sigo evitando almuerzos de trabajo, reuniones de amigos en bares y demás celebraciones que aunque permitidas son de alto riesgo.

A mí me quedó grabada la imagen del portavoz del Ministerio de Salud, en plena pandemia, tosiendo en una rueda de prensa y tranquilizándonos después, argumentando que se había comido unas almendras antes de salir a hablar. No entraré a cuestionar si ese señor que leía cifras de muertos día sí día también, merece que se le honre con su nombre en una plaza de Hinojos (Huelva), donde aseguran los vecinos sólo le conocen por haberle visto en la televisión.

Hace unos días, en la escuela de circo de Barcelona, un payaso salió al escenario con una peluca rubia rizada y un brick de vino Don Simón, y comenzó su presentación tosiendo emulando al doctor-portavoz. Dicen ciertos expertos en comunicación que cuando a alguien le imitan es síntoma de haber llegado a la gente. Pocas semanas antes, le vimos posando en la portada del suplemento de El País Semanal. subido en una motocicleta con una chaqueta de cuero al más puro estilo James Dean, faltaba ese cigarro tan políticamente incorrecto en nuestros días pero también estaba ausente la mascarilla de obligado uso cuando no se puede guardar la distancia social.

De esa entrevista, si algo queda claro es que el doctor Simón se dejó de peinar a los 15 años y que no plancha sus camisas: «En mi casa, no sé ni dónde está la plancha». El rostro del genio despistado con la lengua fuera como el Albert Eistein maño, lo pone fácil a los ilustradores.

Nos guste o no, la imagen del epidemiólogo aragonés se ha hecho viral casi casi al nivel de Benjamin Aidoo, el enterrador de Ghana que baila para celebrar la vida, con Simón llegamos a celebrar que doblábamos la curva ¿alguién lo recuerda?

Raúl, un joven de 25 años, no lo olvidará nunca y menos cuando mire su muslo izquierdo, sobre el que un artista tatuador trabajó durante unas 10 horas para dejar grabado el rostro del que para él es el indiscutiple Fucking Master (el jodido maestro) de la epidemia.

En las filas del PSOE, no creo que tarden en invitarle a subir a una tarima acompañando a los candidatos o a entrar en un nuevo despacho. Y más cuando hasta su voz se escuchó, como si alguien susurrase en una biblioteca, en el míting del PP para dar comienzo a la campaña electoral de Galicia con Alberto Núñez Feijóo y Pablo Casado, sonriendo bajo sus mascarillas mientras se escuchaba por megafonía a Don Simón: «A mí me consta que Galicia está haciendo un trabajo excelente».

Como trabajo el que, sin pretenderlo, ha generado este hombre entre buena parte de la economía sumergida del país, cuando claramente aseguró que si alguien lo necesita puede hacer negocio con él, «ningún problema». Y así han surgido emprendedores hasta debajo de las piedras que ofrecen bolsas de playa, tazas o camisetas como la que se vende por el módico precio de 17,95 euros con la marca de ropa que en su día creó el director de comunicación de Podemos.

En alguna fábrica de juguetes, ya deben estar diseñando el muñeco Don Simón con todo el kit del virólogo, tal vez con un sinfín de complementos para comprarlos aparte: un faristol, un par de jerseys, camisas, un globo de helio para imitar la voz y como regalo estrella una bolsa de almendras de Zaragoza. Ahí lo dejo, no olvidemos que en nada, unos rebrotes más, y ya nos ponemos en Navidad. No vaya a ser que no lleguemos a tiempo para llenar los almacenes de algo que sin duda será tan demandado como en su día lo fueron las mascarillas.

Llenemos los almacenes de muñecos Don Simón para esperar jugando a que Trump nos venda alguna de las vacunas que ya ha reservado para su America First.

Por Jesús Abad

Periodista multimedia desde 1996

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