Escribo estas líneas , sin apenas ver por la pantalla entelada del protector facial. Se escucha el rumor de fondo de quienes quedamos en el colegio electoral. «Si nos dicen que hace un año íbamos a estar vestidos de esta manera esperando la llegada de personas contagiadas, no nos lo hubiéramos creído», me comenta un miembro de la mesa, mientras le anudo la bata azúl.

Un par de agentes de la policía autonómica, un voluntario de Protección Civil y los componentes de las cuatro mesas electorales y el eco de un pabellón que en otros tiempos a esa misma hora de un domingo hubiera estado lleno de sonidos estridentes de ánimo a los deportistas y aplausos después de que cada tanto subiera al marcador.

Apenas hay dos enchufes a pie de pista, allí es donde cargamos el smartphone que nos mantiene en conexión con la central de datos.

Estamos apunto de entrar en la zona horaria recomendada para que vengan a votar aquellas personas que tienen Covid-19 y sus contactos directos.

Así lo ha establecido la Junta Electoral, la misma que decidió no aplazar los comicios en Catalunya haciendo oídos sordos a la recomendación de los colegios de médicos preocupados por el riesgo de enviar a votar a casi 6 millones de personas en plena pandemia, incluyendo a los positivos por Covid-19.

A las 19 horas, cuando todos estamos ya equipados y con el miedo en el cuerpo, llega una señora de edad avanzada caminando a paso lento pero seguro, acompañada por un pequeño perrito.

«Vengo con guantes de casa y aquí tengo mi papeleta y mi DNI», le dice al responsable de Seguridad Sanitaria. Ese es el nombre oficial que para esta ocasión designa a la persona que vela por el cumplimiento de las medidas de distancia social. El informador, ataviado con un EPI (Equipo de Protección Interpersonal).

Todos los miembros de las mesas se han vestido de azul, llevan doble mascarilla, guantes y una pantalla protectora.

Una persona del Servicio de Limpieza municipal limpia sobre limpio. Nadie sabemos dónde está o no está este maldito virus que a todos nos tiene atemorizados.

Se hace el silencio. Todos miran hacia la entrada pendientes de hacia qué me le indican al votante que se dirija. «Sección 1, mesa B», se escucha con eco en el pabellón. Y un murmullo a media voz permite escuchar un casi imperceptible «viene hacia aquí, ay madre».

La votante cruza en diagonal la pista multideportiva estirando la correa de su perrito que parece resbalar sobre la cancha y se detiene a unos dos metros de la mesa electoral. Deposita su DNI en una bandeja. La presidenta de mesa comprueba que está en la lista y le indica que ya puede ejercer su derecho.

En ese momento, la señora saca el sobre con su papeleta del interior del bolso de mano, lo deposita en la urna y se va con un «buenas noches. Cuidense». Los miembros de la mesa liberan la respiración contenida y comentan «pues, no ha tocado nada».

En esta última hora, han venido nueve personas. «¿Tienen Covid-19 o son contactos directos?» Nadie lo sabe, ni lo sabremos nunca.

El resultado de los comicios se conocerá horas después, si fueron o no una elecciones «seguras» como prometieron las autoridades, lo sabremos dentro de unas dos semanas. Lo que a nadie escapa es que, en Catalunya, se votó con Covid-19.

TEXTO ESCRITO EL DOMINGO 14 DE FEBRERO DE 2021 EN UN POLIDEPORTIVO HABILITADO COMO COLEGIO ELECTORAL, EN LA PROVINCIA DE BARCELONA, PARA LOS COMICIOS PARA ELEGIR LA PRESIDENCIA DE LA GENERALITAT DE CATALUNYA

Por Jesús Abad

Periodista multimedia desde 1996

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